Lula y sus momentos estelares
DISTRITO NACIONAL, República Dominicana.- Al expresidente brasileño Luis Ignacio Lula Da Silva lo recuerdo en dos momentos, uno más estelar que otro. El primero fue cuando murió su esposa, víctima de un terrible cáncer. Estaba lloroso, casi temblaba, se pasaba las manos por los ojos para que las lágrimas no obnubilaran la vista. Decía que su esposa había sufrido mucho por las acusaciones de corrupción que se habían establecido contra ella. Aseguró que esto había precipitado su muerte. Hablaba en ese instante un hombre dolido, herido, lacerado en lo más profundo de su alma. El otro momento en que lo recuerdo fue cuando asediado, acusado, enredado en las patas de la corrupción, aseguró que todo esto se presentaba en su contra, pues no se le perdonaba que era un obrero metalúrgico de la mierda al que no se le perdonaba que llegara a ser Presidente de la República. Hablaba el político que trataba de demostrar que las acusaciones eran falsas, que buscaba desligarse de uno de los escándalos de corrupción más fuerte que han sacudido el Brasil, y que tuvo ramificaciones en otras partes del mundo.
Son dos momentos dramáticos vividos por Lula. Los vivía frente a las cámaras y frente a cientos de sus seguidores que seguían pendientes y apoyando al líder. Lo que vendría después fue el colofón de la desgracia: su ingreso a prisión en Curitiva, el hacer historia de forma oscura al convertirse en el primer presidente brasileño acusado de corrupción que va a la cárcel.
Sin embargo, aparte de estos momentos, hay una situación conectada a éstas que tampoco se me borra de la memoria. Es la llegada de Lula a la República Dominicana para reunirse con el presidente Danilo Medina. Me gustó su llegada al Palacio Nacional. Me pareció estar viendo una de las partes de uno de mis films predilectos: El Padrino.
El vehículo en que llegó el ex presidente más popular de Brasil era negro, se desplazaba con la suntuosidad que da la velocidad y el lujo. De repente se paró y de la parte delantera se desmontó un hombre presto a dar el servicio. Era el guardaespaldas. Entonces abrió la puerta trasera, y de allí, salió Lula. Estaba vestido a la perfección de negro, tenía el rostro serio. De inmediato fue saludado por varias personas. Lo esperaba un funcionario de alcurnia, quien lo saludó casi con reverencia.
Estaba Lula en su mejor momento. Su rostro delataba confianza y que sabía a lo que venía. Fue otro momento estelar, a mi juicio. Y es que en ese momento Lula se convertía en correveydile de la empresa multinacional Odebrecht. Dejaba Lula en aquel de ser un político de los pobres y se convertía en un emisario más de un grupo de poder que trata siempre de medrar ventajas para desfalcar a los Estados.
Desde ese momento a mí se me cayó Lula como ser humano y como político. No hay mediastintas. Lo grupos de izquierdas pueden alegar lo que quieran. Sus defensores pueden tejer tesis. Pero lo cierto es que a partir de ese momento, Lula se transformó en un lobista oscuro más que anda por los pasillos de los palacios para amañar contratos, para sobrevaluar obras.
Es triste pero hay que decirlo. La narrativa de la vida de un hombre puede empezar en una pobre y olvidada fábrica de metalurgia (allí tejió su leyenda) y terminar en una oscura oficina de Palacio o de empresa constructora que comunica directamente con los barrotes de una cárcel donde los hombres pagan todos sus desatinos (allí ahora se teje su desgracia). Y que no venga a alegarse que Lula es un preso político, no es un político preso al que los tejemanejes de la corrupción y un juez insobornable llamado Sergio Moro, se llevaron de paro.
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