La oligarquía financiera en la era de Trump/Autor: Leonel Fernández
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Como reacción a la crisis financiera global del 2007-2008, convertida en Gran Recesión, el gobierno del presidente Barack Obama sometió a la aprobación del Congreso un proyecto de ley orientado hacia la regulación del sistema financiero norteamericano.
Ese proyecto fue aprobado en el 2010, y es el que se conoce como la Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street y de Protección a los Consumidores. Con la aplicación de ese dispositivo legal y la puesta en ejecución de políticas de estímulo al crecimiento, la economía norteamericana ha logrado un cierto nivel de recuperación en lo relativo a la estabilidad macroeconómica, al crecimiento y la reducción del desempleo.
Ahora resulta que el presidente Donald Trump, el pasado viernes 3 de febrero, decidió dar marcha atrás a esa política de regulación financiera cuyo objetivo ha sido el de evitar futuras crisis en el sistema financiero estadounidense, y por lo tanto, del mundo.
Mediante una orden ejecutiva así lo ha decidido. A partir de ahí la mayoría republicana en el Senado y la Cámara de Representantes ha tocado a tambor batientes para iniciar la modificación de la Ley Dodd-Frank, y por consiguiente, volver a la época de desregulación financiera, que fue la causa fundamental de la Gran Recesión que continúa causando estragos en distintas partes del mundo, a pesar de haberse iniciado hace una década.
Con la medida adoptada por el presidente Trump de volver a una etapa que se entendía superada de desregulación financiera, no solo se consolida el poder del sector financiero de los Estados Unidos, el más prominente de la economía del país, sino que ahora adquiere lo que siempre había carecido: poder político.
La orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump, en presencia de los más destacados líderes del sector bancario, de las bolsas de valores, de las compañías de seguros y de los mercados financieros, en general, ha sido la expresión simbólica de cómo la oligarquía financiera norteamericana ha pasado a tener el control de la Casa Blanca.
FINANCIARIZACIÓN GLOBAL
Desde la década de los ochenta, el sector de servicios financieros ha crecido vertiginosamente, lo cual se confirma, entre otros factores, por su relación con el Producto Interno Bruto, así como por la cantidad de activos financieros.
Para el 1950, por ejemplo, el sector, a nivel global, representaba el 2.8% del PIB. Para el 1980, el 4.9%; y para el 2006, el año anterior al estallido de la crisis, el 8.3%. Esos datos indican que desde 1980, el sector financiero creció a un ritmo mayor que en los 30 años anteriores a esa fecha.
En lo que se refiere a los activos financieros globales, lo que incluye depósitos bancarios, acciones y deuda pública y privada, casi cuadruplica en tamaño el PIB mundial. Los flujos globales de capitales también se incrementaron. Para el 2007, el valor total de los activos financieros globales alcanzó 194 trillones de dólares. En la actualidad, supera los 700 trillones de dólares, casi 10 veces el PIB mundial.
En los Estados Unidos, el valor total de los activos financieros, como porcentaje del PIB creció, desde 1980, más del doble de lo que había acontecido en los 80 años anteriores.
El sector de servicios financieros incluye las áreas de intermediación del crédito, las asociaciones de ahorros y préstamos y los mercados de valores. Estos últimos, a su vez, abarcan los subsectores de seguros, fondos de pensiones, fondos mutualistas, bancos de inversiones y firmas de gerencia de activos.
En principio, el sector de servicios financieros era evaluado con respecto al funcionamiento de los bancos comerciales. Estos desempeñaban un papel de intermediación entre el ahorro y la inversión. El objetivo de los bancos había sido el de captar depósitos de los ahorrantes y facilitar crédito a quienes estaban necesitados para fines de consumo o inversión productiva.
Con el tiempo, sin embargo, esa labor de intermediación de los bancos cambió. Ya no solo eran instrumentos de intermediación, sino que por medio de la inversión en los mercados financieros terminaron siendo un fin en sí mismos.
Con el propósito de evitar la ocurrencia de quiebras bancarias, como las ocurridas durante el período de la Gran Depresión, iniciado a partir de octubre de 1929, el presidente Franklin Delano Roosevelt aprobó en 1933 la Ley de Bancos, conocida como la Ley Glass-Steagal, en honor a quienes la promovieron en el Congreso, que venía a establecer mecanismos de supervisión y regulación de las entidades bancarias, así como su clasificación entre bancos comerciales y bancos de inversión.
Durante más de 60 años, ese fue el sistema regulatorio que rigió el sector financiero norteamericano. Pero hacia finales de la década de los setenta, varias industrias, como las del transporte, líneas aéreas y ferrocarriles, empezaron a ser desreguladas, abriendo de esa manera, mayor competencia en el mercado.
DESREGULACIÓN FINANCIERA
En el sector de la banca, fruto de las fusiones y adquisiciones acaecidas desde los años ochenta, los nuevos mega-bancos realizaban operaciones que iban más allá de las tradicionales de depósito y crédito. Igual ocurría con algunos bancos comerciales, que empezaban también a realizar transacciones financieras con nuevos instrumentos del mercado.
Al final de la década de los noventa, el sistema de regulación creado por Franklin Delano Roosevelt fue desmembrado. En su lugar, mediante la aprobación de la ley Gramm-Leach-Blilley, se produjo la desregulación del sector financiero.
Esa desregulación se expresó mediante una liberalización de la tasa de interés; una liberalización de los controles al crédito; una privatización de la banca pública y de las instituciones financieras; y una desregulación de los mercados de capital y de valores.
Hubo una internacionalización de la banca; una mayor interconexión financiera; la posibilidad de comprar, vender, titularizar y realizar operaciones en valores con respaldo hipotecario; y la aparición de nuevos instrumentos financieros, como los derivados.
De igual manera, el surgimiento de nuevas instituciones financieras como los fondos de cobertura (hedge funds) y las firmas de capital privado (private equity); la incursión en el mercado de nuevos inversionistas institucionales, como compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos soberanos de riqueza y gerentes de activos (wealth managers).
Así nació el fenómeno de la globalización financiera desregulada, sin control por parte del Estado, el cual permitió una mayor cantidad de capitales, menores restricciones y mayor número de oportunidades de inversión.
En eso, naturalmente, desempeñó un papel importante la revolución tecnológica, que al tiempo que hizo posible la aparición del dinero electrónico, permitió la realización de transacciones a mayor velocidad y en forma instantánea.
Era tal el volumen de operaciones en los distintos sectores de la industria financiera, que se creó un fenómeno de preeminencia o hegemonía de ese sector con respecto a las demás áreas de la economía.
Eso, a su vez, dio lugar a un fenómeno de financiarización de la economía, que consistió en una profunda transformación del sistema económico mundial que pasó de un modelo de capitalismo industrial a otro de capitalismo financiero, que es el que actualmente prevalece en el mundo.
Desde los años ochenta se han venido sucediendo diversas crisis en el sector financiero. Eso fue así con la caída de la bolsa de valores en Nueva York en 1987; la crisis del peso en México; la crisis del rublo en Rusia; la crisis del real en Brasil; la crisis asiática; la crisis de las empresas tecnológicas, o dotcoms; y finalmente con la crisis financiera global del 2007-2008, actualmente en curso.
Es evidente que las crisis financieras recurrentes de las últimas dos décadas han sido resultado del fenómeno de financiarización global de la economía, así como de la desregulación, de la que la oligarquía financiera se ha beneficiado.
Para intentar controlar esa situación y evitar futuros desastres en la economía global, fue que se adoptó la Ley Dodd-Frank. Pero aun sin haberse superado plenamente la última crisis financiera global del 2007-2008, el presidente Donald Trump sorprende al mundo, contrario a su prédica de campaña, al iniciar un nuevo proceso de desregulación de las transacciones financieras, que, sin lugar a dudas, provocarán nuevas catástrofes, penurias y malestar en la economía global, afectando a millones de personas a escala planetaria.
Pero, ya sea por ignorancia o por favorecer el poder económico más fuerte que ha conocido la historia de la humanidad, así lo ha decidido el presidente Donald Trump. De esa manera, le ha conferido a la oligarquía financiera un poder político de tal magnitud que la ha convertido en inquilina privilegiada de la Casa Blanca.
Al final de la década de los noventa, el sistema de regulación creado por Franklin Delano Roosevelt fue desmembrado. En su lugar, mediante la aprobación de la ley Gramm-Leach-Blilley, se produjo la desregulación del sector financiero.
Esa desregulación se expresó mediante una liberalización de la tasa de interés; una liberalización de los controles al crédito; una privatización de la banca pública y de las instituciones financieras; y una desregulación de los mercados de capital y de valores.
Hubo una internacionalización de la banca; una mayor interconexión financiera; la posibilidad de comprar, vender, titularizar y realizar operaciones en valores con respaldo hipotecario; y la aparición de nuevos instrumentos financieros, como los derivados.
De igual manera, el surgimiento de nuevas instituciones financieras como los fondos de cobertura (hedge funds) y las firmas de capital privado (private equity); la incursión en el mercado de nuevos inversionistas institucionales, como compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos soberanos de riqueza y gerentes de activos (wealth managers).
Así nació el fenómeno de la globalización financiera desregulada, sin control por parte del Estado, el cual permitió una mayor cantidad de capitales, menores restricciones y mayor número de oportunidades de inversión.
En eso, naturalmente, desempeñó un papel importante la revolución tecnológica, que al tiempo que hizo posible la aparición del dinero electrónico, permitió la realización de transacciones a mayor velocidad y en forma instantánea.
Era tal el volumen de operaciones en los distintos sectores de la industria financiera, que se creó un fenómeno de preeminencia o hegemonía de ese sector con respecto a las demás áreas de la economía.
Eso, a su vez, dio lugar a un fenómeno de financiarización de la economía, que consistió en una profunda transformación del sistema económico mundial que pasó de un modelo de capitalismo industrial a otro de capitalismo financiero, que es el que actualmente prevalece en el mundo.
Desde los años ochenta se han venido sucediendo diversas crisis en el sector financiero. Eso fue así con la caída de la bolsa de valores en Nueva York en 1987; la crisis del peso en México; la crisis del rublo en Rusia; la crisis del real en Brasil; la crisis asiática; la crisis de las empresas tecnológicas, o dotcoms; y finalmente con la crisis financiera global del 2007-2008, actualmente en curso.
Es evidente que las crisis financieras recurrentes de las últimas dos décadas han sido resultado del fenómeno de financiarización global de la economía, así como de la desregulación, de la que la oligarquía financiera se ha beneficiado.
Para intentar controlar esa situación y evitar futuros desastres en la economía global, fue que se adoptó la Ley Dodd-Frank. Pero aun sin haberse superado plenamente la última crisis financiera global del 2007-2008, el presidente Donald Trump sorprende al mundo, contrario a su prédica de campaña, al iniciar un nuevo proceso de desregulación de las transacciones financieras, que, sin lugar a dudas, provocarán nuevas catástrofes, penurias y malestar en la economía global, afectando a millones de personas a escala planetaria.
Pero, ya sea por ignorancia o por favorecer el poder económico más fuerte que ha conocido la historia de la humanidad, así lo ha decidido el presidente Donald Trump. De esa manera, le ha conferido a la oligarquía financiera un poder político de tal magnitud que la ha convertido en inquilina privilegiada de la Casa Blanca.
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