El Estado del mal y soldados que se suicidan
SANTO DOMINGO (AUTOR: Eloy Alberto Tejera, periodista y escritor).- Soldados israelíes que participaron en la masacre en contra de ciudadanos indefensos palestinos en la pasada jornada guerrerista se suicidaron. La noticia me alivió. Lo confieso, sin rubor ni vergüenza alguna. Tal hecho me da la constancia (certeza oscura) de que aún se puede creer en el género humano un poco, en que aún queda una pizca de sensibilidad en algunas almas actuantes en cruentas contiendas.
No recuerdo en qué libro de mi estante guardo una fotografía que publicó un periódico vespertino y que angustió mi espíritu. En ella aparece una niña palestina, muerta, enterrada entre escombros, y donde sólo se observa su rostro aparentemente dormido, y sus cabellos alborotados, por la indiscriminada acción de la violencia y de la pólvora de comandos israelíes.
Tengo otras fotografías dramáticas, que me han causado tremendo desasosiego. Como la de madres desesperadas con los brazos abiertos, implorando misericordia a un altísimo que nunca responde a los desvalidos; o las de un padre llevando a sus hijos muertos en brazos, y como telón de fondo, su casa destruida. Es el grito de la madre que me recuerda la obra del pintor noruego Eduard Munch, y que sintetiza ese llanto proveniente de los abismos insondables.
Pero si el poderío militar israelí es superior en términos dramáticos al palestino, el informativo es infinito. Ese tipo de hecho (imágenes de niños muertos) no se promociona, no causa escándalo en una opinión pública internacional que da asco y deseos de lanzar un escupitajo entre su amplio número de páginas sosas y manipuladas. Los medios internacionales como El País, El Mundo, que se mueven por los intereses y la alharaca, se han hecho eco muy pobremente de estos acontecimientos que sacudirían al más seco de los humanos. Si el horror que vive el pueblo palestino fuese mostrado, el holocausto nazi fuera visto con otros ojos. Aquellos que fueron tratados sin ningún tipo de conmiseración por una unanimidad alemana hoy repiten la misma fórmula de inhumanidad contra un pueblo palestino que no tiene forma de defenderse. Es el pleito de un gigante en todoterreno arrasando en un territorio de esmirriados seres palestinos a quienes nadie les importa.
¿Por qué guardo las fotos? Bueno, quizás para incrementar mi actitud shopenhaueriana de entender de una vez y por todas de que en el hombre no se puede creer, y que hay una predominante nota oscura en él que es la que lo mueve a cometer las acciones más viles. Cuando hechos así no conmocionan ni llaman la atención, hay que reconocer que nos estamos deshumanizando, en que tiene razón el maestro Fernando Vallejo de que la mayoría de la humanidad es mala.
Si la contemplación del abuso y del crimen, horroriza, la perpetración del asesinato a mansalva debe mantener al alma menos sensible, en ascuas y remordimientos permanentes. ¿Cómo se ha de sentir un soldado que asesina a niños, ancianos, mujeres, que destruye casas, que escucha llantos y observa rostros bañados en llantos e histeria? Hubo genocidio nazi y también hay genocidio palestino.
Los últimos soldados israelíes que se han suicidado tienen la respuesta. No vale sicólogo, siquiatra o asesoría médica para un soldado que ha perpetrado crímenes de guerra. No hay antidepresivos que alivien a quien ha contemplado un rostro de una niña muerta, ni a una madre desconsolada porque le han asesinado un hijo. El fiemo existencial acorrala las consciencias de esos soldados israelíes que han vuelto a casa con las manos ensangrentadas y el ser acorralado de sombras.
El humo de la guerra es terrible. El humo de la mentira es insoportable. En este sentido, los soldados que se suicidan no creen en que esta es una guerra justa, equitativa. El tan manoseado holocausto judío empieza a palidecer ante la actitud soberbia y arrogante de un poderío político y militar israelíes que hacen recordar la maquinaria nazi que no tenía contemplación ni le hedía el olor a carne inocente en los campos crematorios.
Las acciones durante una guerra hacen que uno pierda la fe en el ser humano. Verbi gratia: lo ocurrido durante la pasada masacre llevada a cabo por soldados israelíes contra ciudadanos palestinos desalmados. Fue una operación descabellada. Se calcula en 2,100 los fallecidos, los asesinados, mejor dicho. Pero lo desencadenado posteriormente, le devuelve a uno el ánimo: aquí entra la información de que estos soldados agobiados por lo que habrían hecho no soportaron más y decidieron suicidarse.
La derechización de la sociedad israelí y su poderío informativo en el mundo han posibilitado que acciones criminales en contra de palestinos hayan pasado al olvido y no hayan sido castigadas.
Es en este contexto de desigualdad que varios soldados se suicidan. Me devuelve la esperanza. Un soldado decide marcharse de esa insensible sociedad israelí que permite masacres cada cierto tiempo. Ariel Sharon es el más claro referente de este tipo de dinosaurio militar que mide sus resultados, no importa el fuego a utilizar, no importa la sangre derramada. Allí se le ha creado su altar, y cada cierto tiempo hay incursiones sangrientas en Gaza como forma de alimentar a ese tótem siniestro.
Hoy he vuelto a mi estante a buscar la fotografía en blanco y negro de la niña palestina muerta y enterrada. A esta fecha sus familiares de seguro aún no se han recuperado, y quienes tengan hijos, saben porque lo digo. La foto está ajada, pero aún yo no puedo contemplarla sin indignarme.
Si horror da el contemplar a quien comete el hecho deleznable, más horror da el contemplar el comportamiento indolente en quien lo ha contemplado. Conservaré la foto, mientras crea que el ser humano es un campo minado por la indolencia, por la sinrazón y el odio, y al que chispazos de conciencia, como el suicidio de los soldados israelíes, de vez en cuando, sacuden y abonan con sangre consciente.
(eloyalbert28@hotmail.com)
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