Donald Trump, seis después/Leonel Fernández
DISTRITO NACIONAL, República Dominicana.- La elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos fue una gran sorpresa. Ninguna de las más prestigiosas firmas encuestadoras vaticinaron su victoria. Sin embargo, a pesar de todos los pronósticos en su contra, y de todas las circunstancias adversas, logró alzarse con el triunfo electoral.
No obstante, todavía en un segmento importante de la opinión pública de los Estados Unidos se cuestiona dicho triunfo. Para algunos, fueron las declaraciones del ex director del FBI, James Comey, días antes de la celebración del certamen electoral, lo que ocasionó la ruina de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton. Para otros, fue la interferencia de Rusia en el proceso electoral norteamericano, lo que en estos momentos forma parte de una investigación llevada a cabo, tanto por un fiscal especial como por el Congreso de los Estados Unidos.
Al asumir sus funciones, el gobierno del presidente Donald Trump se vio sumido en el caos. De repente, los aeropuertos se vieron irrumpidos por multitudes enardecidas que protestaban sus primeras medidas, concernientes a la prohibición de entrada de ciudadanos de países de tradición musulmana al territorio estadounidense.
Varios jueces de distintas jurisdicciones dejaron sin efecto las primeras órdenes ejecutivas del presidente recién juramentado. Fue su primera experiencia en ir descubriendo que el sistema democrático norteamericano se fundamenta en un mecanismo de pesos y contrapesos.
Pero, desde sus primeros meses de gobierno, el presidente Donald Trump ha impuesto desde ya su sello personal de estilo inconfundible. Es el presidente de los tuits a altas horas de la noche o en las madrugadas; el que afirma construirá un muro entre México y los Estados Unidos; el que alega haber convocado a la mayor multitud en la historia el día de su proclamación; y el que ha hecho del conflicto con los medios de comunicación una característica de su administración.
Optimismo de las élites
Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, de acuerdo con varios índices bursátiles, el valor de las acciones se ha disparado a uno de los más altos niveles que se haya registrado en los mercados financieros.
Ese hecho se ha debido, fundamentalmente, a las expectativas generadas en los grupos empresariales en torno a varias de las promesas electorales y medidas anunciadas por el nuevo incumbente de la Casa Blanca. Entre esas medidas se encuentran la reducción de la tasa de impuestos de las grandes corporaciones de un 25 a un 15%, la eliminación del pago de impuestos por transferencia inmobiliaria, la anulación de la ley de salud, mejor conocida como Obamacare; la inversión de un trillón de dólares en desarrollo de infraestructuras, el aumento en el gasto militar, la flexibilización de políticas ambientales, así como la eliminación de barreras al uso del carbón y otros combustibles fósiles.
Más aún, el presidente Trump se ha propuesto iniciar un proceso de desregulación del sector financiero. De esa manera, aspira a revertir la llamada ley Dodd-Frank, promulgada como reacción a la crisis financiera global del 2008.
En razón de que en la actualidad el sistema financiero luce recuperado, con los principales bancos mejor capitalizados y obteniendo tasas de retorno prácticamente equivalentes a las que existían antes de la crisis, en ciertos sectores vinculados al Partido Republicano, se estima que ha llegado el momento de volver a una etapa de desregulación.
Algo semejante ha ocurrido con la política comercial. Desde la campaña electoral, Donald Trump se propuso ponerle fin al acuerdo de libre comercio con el Canadá y México, conocido por sus siglas en inglés, como NAFTA.
Para el magnate de la construcción convertido en jefe de Estado, el tratado de libre comercio con esos países, pero especialmente con México, ha sido el peor acuerdo jamás firmado. Y esto así, porque, según su criterio, es el factor que explica la pérdida de empleos en aquellos lugares de producción industrial en los Estados Unidos.
Pero en adición a renegociar el acuerdo de NAFTA, el nuevo presidente estadounidense canceló el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el cual contemplaba una liberalización y apertura de mercados con doce países de la región asiática, con exclusión de China.
Se entendía que a dicho acuerdo le seguiría un Acuerdo Transatlántico de Cooperación Económica, que Estados Unidos establecería con los 27 países integrantes de la Unión Europea.
Por supuesto, esas medidas aparecen en concordancia con la visión proteccionista del presidente Donald Trump, cuya consigna fundamental es la de convertir de nuevo a los Estados Unidos en una gran potencia.
Para Trump, como para los integrantes del poder económico, esto significa incrementar el número de productos fabricados en los Estados Unidos, mejorar su calidad y competitividad, y hacer que el mayor número de ciudadanos norteamericanos y del mundo compren productos estadounidenses.
Para estimular aún más el optimismo de las élites norteamericanas, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se ha propuesto aumentar el presupuesto militar a cerca de 640 mil millones de dólares, aunque eso signifique recortes en distintas áreas del gobierno federal.
Con una política de reducción y eliminación de impuestos, de desregulación financiera, de revisión de acuerdos comerciales, de inversión en infraestructuras, de promoción del uso de combustibles fósiles e incremento del gasto militar, Donald Trump sueña con convertir a los Estados Unidos en una especie de Trump Tower de la economía global.
Trump en el mundo
El antiguo empresario de la construcción y dueño de casinos, inició su política exterior rompiendo con una tradición norteamericana que existía desde el año 1979. Llamó por teléfono a la presidenta de Taiwán antes de establecer comunicación con la República Popular China, que es el país con el que los Estados Unidos tiene relaciones diplomáticas.
Luego de eso vino el exhibir el uso de la fuerza militar, al producir ataques aéreos sobre Yemen, Siria y Afganistán, lanzando sobre este último país la más grande bomba no-atómica o convencional de todos los tiempos, la Madre de todas las Bombas, con un peso de más de 20 mil libras.
Al asistir a su primera reunión en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), evadió hacer referencia al artículo 5 de dicho tratado en el que se establece el principio de seguridad colectiva, en el que cada Estado se siente compromisario con la seguridad de los demás. Eso provocó que la canciller de Alemania, Angela Merkel, llegase a afirmar que Europa debería tomar conciencia de que en materia de seguridad, solo depende de ella misma.
Luego fue desconocer lo suscrito por los Estados Unidos en la Conferencia de las Partes 21, celebrada en París en diciembre de 2015, con el propósito de fijar los compromisos de todos los países del mundo con respecto a la adopción de medidas que frenen el aumento de la temperatura a escala global.
El mundo se sintió estremecido con esa actitud del gobierno del presidente Trump. Después de la gran victoria que significó el Acuerdo de París para los pueblos, nunca se pensó que de la principal potencia del mundo surgiera la medida que pondría en riesgo la propia supervivencia de la especie humana.
En la reunión del G-20, realizada recientemente en Hamburgo, Alemania, el desconcierto llegó a niveles tales que prefirió hablarse del G-19 o hasta del G-0, en razón de la discordancia de Estados Unidos con respecto a las demás naciones integrantes de la organización.
Con respecto a Irán, país con el cual la administración de Barack Obama había llegado a un acuerdo razonable para evitar el enriquecimiento de uranio para la fabricación de armamentos nucleares, el nuevo gobierno del presidente Trump ha decidido reconsiderar esos acuerdos y establecer nuevas sanciones al país oriental.
Finalmente, en relación con Cuba, luego de más de 50 años de política de aislamiento de la isla caribeña por parte de Estados Unidos, el gobierno norteamericano, una vez más, dio un gran salto hacia delante. Estableció relaciones diplomáticas formales con dicho país y flexibilizó medidas de transporte e intercambio comercial y educativo.
Ahora, todo eso queda en la incertidumbre. El presidente Trump, quien había procurado realizar negocios en Cuba en la década de los noventa, ha anunciado un conjunto de medidas cuya aplicación haría retroceder el reloj de la historia con respecto a los vínculos de Estados Unidos con Cuba.
Al cabo de seis meses de gobierno, el presidente Donald Trump ha sido, hasta ahora, más estilo que sustancia, aunque ese estilo, por si mismo, ha sido tan poco ortodoxo que ha causado preocupación, angustia y desconcierto.
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