Andreas Lubitz: el copiloto de la fotografía que da escalofríos

SANTO DOMINGO. (AUTOR: Eloy Alberto Tejera).- La fotografía que ha aparecido de Andreas Lubitz, el piloto acusado de siniestrar el avión en Los Alpes hace ya varios días, obliga a ciertas lecturas. Motiva a describirla, y sorprenderse por las reflexiones que mandan ciertos detalles. Ahí voy. Tenía puestos vistosos tenis. Una bufanda de distintos colores le arropaba el cuello y una sonrisa serena le daba una iluminación perfecta al rostro. Detrás, como telón de fondo, se observa una columna hermosa de montañas, y un puente se cruza a la vista. Es más, la pose,  mirada detenidamente evoca algo oriental, cercano a Buda, a una paz serena.

En conclusión, en Andreas Lubitz, el piloto que presuntamente llevó a la muerte a 147 personas,  nada sugiere lo siniestro, lo oscuro, lo peligroso. Y he ahí lo escalofriante. Además hay que agregar que, en apariencia, era un joven privilegiado: tenía un empleo que todos sueños, y devengaba unos honorario muy por encima de lo normal.

Eloy Alberto Tejera.
Eloy Alberto Tejera.

Los detalles que surgen ahora confirman lo imprevisto. Cerró la puerta y por más insistente que fue el piloto, no lo dejó entrar. Lo sucedido es historia patria y sólo remite a que ya aquella alma había determinado lo que haría, y con una inflexión que no tenía punto de retorno.

Vuelvo y miro la fotografía de Andreas, buscando hallar algo raro, algo que pueda dar una pista. Nada. Un joven en la plenitud de la vida: 28 años, piloto, con un futuro por delante. Entonces no puedo dejar de pensar en que su decisión desencadenaría en que tendría el mundo que contemplar fotografías desgarradoras, la de los familiares de los pasajeros muertos. Nada eleva más el gesto del dolor que pensar que los seres queridos se han difuminado, se ha perdido, en ese infinito del espacio, y luego de la explosión y los gritos.

Recuerdo el poema el suicida de la premio Nóbel, en el cual ella destaca que en la habitación del que se ha quitado la vida no se ha encontrado nada anormal. El libro reposa sobre la mesa, la cama está bien arreglada, todo en su sitio.

Así en la foto tomada a Andreas Lubitz no hay nada que sugiera la avenida de una sombra, el asomo de una decisión que sería catastrófica y que arrastraría a tantos seres humanos hacia el abismo.

Y para más situaciones oscuras, la ironía de la puerta cerrada, la cual después de los atentados terroristas sólo se abre por dentro. Por más que quiso el piloto entrar no pudo. Como se ve una medida que se tomó para salvar vidas y prevenir desastres debido a los atentados terroristas del 9-11 en los Estados Unidos, termina sirviendo para que un alma cumpliera un propósito dantesco.

Visto lo sucedido, dentro de la aparente normalidad de un ser humano puede esconderse eso que siempre abre la puerta al abismo, porque aunque la luz la vemos todos los días en la mañana, donde quiera puede un pedazo de noche tomarnos por sorpresa, y los aeropuertos y los pilotos, al estilo Andreas, dan cuenta de ello.

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