DISTRITO NACIONAL, República Dominicana.- En cada etapa del discurrir humano una parte de la población se apodera de estereotipos que son utilizados, en el mejor de los casos, para zaherir a otros individuos se son capaces de sobreponerse a criterios atrasados.
Barba larga, moñitas, melenas y tatuajes han sido—cada uno en su momento—elementos distintivos de una conducta que no teme a críticas infundadas o a ataques perversos.
En el peor de los casos, estos han servido para justificar la persecución del Estado a través de sus cuerpos represivos contra aquellos rebeldes—con o sin causa—que se atrevieron a romper los paradigmas.
Mi hermano mayor salió un día de un salón de billar (en realidad solo había una mesa), y en la siguiente esquina fue detenido por una patrulla del Ejército Nacional que lo montó en una camioneta rumbo al cuartel.
Los militares ya tenían detenidos a otros cuatro jóvenes que, como mi hermano, fueron a recalar en la celda de que disponía el pequeño cuartel.
¿Delito?: mi hermano tenía una moñita, dos, además llevaban una barba más o menos copiosa, y el cuarto, además de las tres señas distintivas agravaba su situación con un pantalón negro y una camisa tirando a rojo.
Hablo de 1963, justo en el momento de la guerrilla de Manolo Tavárez Justo arropada con la bandera verde y negra del 14 de Junio, la Unión Soviética (bandera roja) ganaba terreno ideológico y las barbas de Fidel, y Ché, y la Revolución cuba inspiraban a los jóvenes.
De ahí supongo que los cuerpos represivos sacaron la conclusión de que barba, moñita y vestir rojo y negro era un delito. Y lo “sancionaron” con cárcel, exilio y muerte, porque había que aplicar un rápido antídoto al “virus comunista”.
Mi hermano y sus amigos no corrieron con esa mala suerte porque mi padre y los padres de los otros eran amigos de los oficiales del cuartel militar de Oviedo.
Esa sinrazón y esa locura continuarían en gran parte del Gobierno de los primeros doce años del doctor Joaquín Balaguer como instrumento de una política impuesta por otros.
Las otras formas de expresión de rebeldía serían las cabelleras largas y los tatuajes, particularmente en Estados Unidos con el movimiento hippy.
Y precisamente a los tatuajes me quiero referir, pues luego de la victoria de Gabriel Boric en las presidenciales chilenas del domingo, se quiere resaltar que tiene tatuajes—particularmente uno visible un brazo—como si este fuera un elemento que disminuyera su capacidad, calidad, determinación y compromiso de gobernar para su pueblo y no para las élites.
Eso e identificarle como “izquierdista” fueron las últimas armas en su contra. Total pendejada.
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